viernes, 15 de octubre de 2010

Me sentía atrapada en una de esas pesadillas aterradas en las que tienes que correr, correr hasta que arden los pulmones, sin lograr desplazarte nunca a la velocidad necesaria.
Las piernas parecían moverse cada vez más despacio mientras me esforzaba por avanzar entre la multitud indiferente, pero aún así, las manecillas del gran reloj de la torre seguían avanzando, no se detenían; inexorables e insensibles se aproximaban hacia el final, hacia el final d todo.
Pero esto no era un sueño y, a diferencia de las pesadillas, no corría para salvar mi vida; corría para salvar algo infinitivamente más valioso. En ese momento, inculuso mi propia vida parecía tener poco significado...


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